En medio de una crisis, una hermana en Cristo me dijo: "no tienes que ser fuerte". Entonces me fue revelado que, en medio de la impotencia y la aflicción, se vale llorar, desahogarse y dejar aflorar mi debilidad. En el mundo tendremos aflicción (Juan 16:33).
En mi desierto, era el momento de entregarle mis cargas al Señor; había sido quebrantada y no tenía fuerzas para luchar. Pero, NO NECESITABA SER FUERTE, por el contrario, era el momento de reconocer mi debilidad, entregar mis cargas y permitirle a Cristo abrazarme. Es un proceso. Debía aprender a confiar en la voluntad y en los tiempos de Dios.
El amor de Cristo nos da fuerza. Ora, busca la presencia de Dios, exprésale lo que sientes, busca apoyo y decide caminar en fe. Entrégale todo aquello que te pesa, sus brazos te esperan.